martes, 26 de marzo de 2019

Y me quejo porque me da la gana...

Pues sí, a mi hay cosas que me gustan mucho, pero muchísimo, y además me harto de decirlo por todos los lados: una buena sopa (con gadbanzos), la mostaza, unos pepinillos en vinagre, pasear en bicicleta por el Retiro, salir al campo, el color morado, un buen picnic, un emparedao, … un millón de cosas, pero es que luego hay otras tantas, que consiguen sacarme de mis casillas. Pero muchas. Muchas de ellas relacionadas con la gastronomía y están a la orden del día en gran cantidad de ámbitos, pero es que  me molestan soberanamente: como las pizarras a modo de plato, los inmensos medallones de queso de cabra en todos los sitios (ese engrudo que estaría perfecto a modo de cemento para hacer paredes), el vinagre de Módena como si fuera pintura para decorar los platos, los cestillos de freidora (pa´las croquetas), esos lugares enormes, blancos, exuberantes y llenos de plantas con cartas exactamente iguales y que no aportan  nada, absolutamente nada.  Y fíjate que no me molestan en absoluto las tostadas llenas de aguacate para el desayuno (que si tienes tiempo de hacerte un desayuno así, ole, ole y ole). Eso sí, el buenrollismo constante es insufrible (aun cuando se sabe perfectamente que no es cierto, y ni siquiera se acerca).  No logro entender que se intenten hacer las cosas bien y que, por falta de ganas, de criterio o de imbecilidad, solo te contesten con un “olvídate de eso“. Odio entrar en una tienda o en un local y que la persona que me vaya atender esté pendiente del móvil, es más, que ni siquiera se haya dado cuenta de mi presencia. Y la nueva coletilla del “tú hazme caso“ (ja ja ja, hazme caso tú a mi, cojones). Y aborrezco que se escupa por la calle (algo bastante habitual) y que en una terraza, mientras me bebo un vino tranquilamente, me tenga que tragar el humo del vecino (“Y es que estoy en la calle”...  es más, el otro día le dije a una persona que si era tan amable de echar el humo en la otra dirección, y si hubiera tenido en ese momento un cuchillo a mano, me disecciona).  No logro entender que se intente hablar positivamente de una comida llamándola “canalla“, porque para mi un canalla es un hijo de la gran puta, y no lo quiero ni a 20 metros. Pero también es verdad que, frente a eso, adoro el mar, los salmonetitos fritos, a los animales (más que muchas personas), las alcantarillas y a la gente que tiene ganas, pero de las buenas, de esas ganas que salen por los poros de la piel.

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