viernes, 14 de junio de 2013

Anarquías de recetas

Y como me voy a ver el mar, decido hacer un pan de leche para el desayuno, pero de repente me vuelvo a sentir atrapada por el espíritu de la anarquía que me impide seguir las recetas al pie de la letra… y cuando estoy manos a la obra, pesando la harina, de repente pruebo la miel del tarro que tengo justo al lado y digo… "¡Qué buena!", y la cucharada que incorporo es, evidentemente, mucho mayor de la que indican. A eso se añade que, como no lo tenía previsto, no tengo leche entera. No me gusta la leche, nunca me ha gustado, así que la que tengo casa es desnatada, vamos, como si le echara prácticamente agua. Y aquí va todo al recipiente. Pero la cosa no acaba aquí. La receta indica que hay que echar mantequilla, pero a mí, que tengo una fantástica botella de I Love Aceite, decido que en este caso voy a hace uso de él. Evidentemente, sigo haciendo las cantidades un poco a ojo....
Y claro, aquello que en todas las recetas dice que debería tener el aspecto del culito de un bebé, en mi caso es lo más parecido a un erizo. Llegó a la conclusión de que aquello está demasiado húmedo así que el hecho más harina (he olvidado comentar que una de las harinas es espelta, del Amasadero)... Cojo el paquete, y el lugar de hacer uso de una maravillosa cuchara para echarlo, decido volcarlo, con tan mala suerte que allí sale harina para exportar. No pasa nada, en realidad aquello está tan húmedo que va cogiendo harina por todos los lados. ¿Sabes eso que de repente te dicen "harina, la que admita"? Pues sí, aquello admitía harina, y más harina, y mucha más harina.
Y después de amasar, comienzan sus fases de descanso y por último al horno. Debo decir que no es el pan más bonito del mundo, eso sí, tiene tal sabor que esta mañana en el desayuno me he quedado con la boca abierta.



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